Enormemente bella,
en su dulzura,
con su sana sonrisa
y su ternura,
se adentra en la guarida
del implacable hielo,
que le invita a una cena,
fría y sin estrellas en el cielo.
en su dulzura,
con su sana sonrisa
y su ternura,
se adentra en la guarida
del implacable hielo,
que le invita a una cena,
fría y sin estrellas en el cielo.
Lo ve desde el principio
y aún así se queda,
sabiendo que sus noches
son más bellas,
sabiéndose más serena,
y ofreciéndole flores
que encontró a su puerta,
le observa.
Pero él no quiere la vida,
no quiere flores,
prefiere sus heridas
que le duelen y le pican,
elige un supurar de hielo
frío y eterno.
Así que ella se marcha
de aquella gruta
decorada de hiel
y oliendo a frío,
tapada con su manta
hecha de mimos,
de caricias que la sobran,
de amor infinito,
abrazos sin murallas
y su ser limpio.
Podría jugar
a ser la Bella y la Bestia,
más los cuentos de hadas
no la interesan,
vivió un día el mismo
y acabó muerta,
así que, al cerrarse la puerta,
la vida de ese ser le da pena
y pide al amor que lo cuide,
que lo meza en sus brazos
y lo enternezca,
lo que ella no está dispuesta,
aunque a ello la enseñaron
cuando era pequeña.
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